¿Sabéis cuando tenéis que coger un tren, o un avión, y anticipáis que os espera un viaje muy largo por lo que se genera un nerviosismo derivado de la perspectiva de pasar horas y horas esperando en lo que probablemente será un asiento incómodo, todo combinado con el hecho de que quizás pierdas el vuelo o el billete esté mal y que tal vez al llegar a tu destino no seas capaz de coger un metro hasta tu hotel porque a lo peor a esa hora hayan cerrado todos los transportes públicos y no habrá taxis porque no?
¿Sabéis eso?
Cuando me enfrento a una de esas situaciones me bloqueo. En lugar de comprobar la localización de las cosas en google maps o de imprimir el billete en vez de llevarlo en el móvil, me siento perplejo, incapaz de reaccionar y dudando de qué hacer. Y entonces me centro en una cosa. Ostias, tal vez me entre hambre, necesitaré un bocadillo.
Cuando tengo el bocadillo listo la cosa cambia. Sé que en el peor de los casos no moriré de inanición y empiezo a pensar con claridad. Es una tontería, sip, pero los lunáticos funcionamos así.
El caso es que últimamente me encuentro, de forma inesperada, a punto de coger un tren vital. Se me vienen tantas cosas encima que me paso los días bloqueado, haciendo a duras penas las cosas imprescindibles. Todo eso se pasará cuando llegue a mi destino, que será pronto, pero de momento he echado un vistazo al blog, he visto que hace más de veinte días que no posteo nada y joder, me ha sabido mal, así que he pensado… hora de sacar el bocadillo.
Pronto tendré más tiempo para dedicarme a escribir aquí, bastante más, pero por el momento voy a tener que abrir el papel de plata y sacar algo antiguo para ir picando.
Como esta chorrada que hice en la universidad.
¿Tanto rollo para esto?
Sip. Ya está. A esto no le pongo ni tag.